Después del colegio se quedaba en la plaza meditando cabizbaja. A ratos sentada en algún banco. A ratos caminando dando vueltas. Miraba y se preguntaba cuántos sufrirían su dolor. Las discusiones de sus padres, ya de años, la habían ensimismado y dañado profundamente. Deseaba estar sola y acompañada. Sus dieciséis años le parecían como sesenta. Se preguntaba si algún día su vida cambiaría. Era su sueño, tener otra vida. A veces lloraba, suspiraba y miraba el cielo, esperando una respuesta. Por la tarde, volvía a su casa. Así pasaban los días y su vida se consumía sin saber qué hacer.
Jesús dijo:
“… yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia.”
(Juan 10:10)